2006/06/15

AGUSTIN MORENO: Sostiene Romagnoli

En el artículo “Renacimiento de una palabra”, Umberto Romagnoli desarrolla de forma muy brillante -como es habitual en el maestro- una serie de temas que tienen la virtud de suscitar la reflexión del que lo lee. Voy a centrarme tan solo en algunas cuestiones que me parecen claves.

1. Sostiene Romagnoli que el derecho del trabajo ha sido el derecho del siglo XX y habla de la conflictiva relación actual entre economía y derecho del trabajo. Evidentemente hay que estar de acuerdo en lo primero. Porque fue durante el siglo XX cuando se produce la incorporación esencial de los seres humanos a la condición ciudadana a través del trabajo, siendo la condición laboral el eje de la articulación social. De ahí que el desempleo hurte buena parte de la identidad ciudadana. Y esto es algo de gran importancia en ese siglo XX corto, que diría Hobsbawm, y que ha sido el de las guerras mundiales, calientes o frías, el de Auschwitz, el gulag y el de Hiroshima como vómito de la modernidad, pero también ha sido el de todos los derechos, el de los derechos humanos a partir de la Declaración Universal de 1948. Además, como argumenta en su escrito, el derecho del trabajo “ha pasado de técnica jurídica menor a nueva ciencia mayor”. Aunque también es crítico con el derecho del trabajo cuando lo acusa de ser más estrábico que miope, es decir, que más que no ver de lejos lo que hace es mirar para otro lado. Y ello se traduce en dejar a su suerte y desprotegido, al tercio excluido de las sociedades más desarrolladas.
Sobre la tesis del conflicto derecho-economía, sitúa gráficamente la relación como que “ella lleva los bocadillos y él organiza el picnic”. Yo voy más allá. La relación aún es más difícil porque se produce entre el derecho de trabajo y el neoliberalismo, como pensamiento económico dominante en el actual capitalismo global. Si analizamos la situación se evidencia el carácter antitético de neoliberalismo y del derecho del trabajo Otra cosa es que coexistan en medio de la tensión, porque no tienen más remedio. Veamos.
Treinta años después de que se iniciara la crisis económica, todo parece haber cambiado drásticamente. El capitalismo se ha transformado, ha avanzado sobre los trabajadores, se ha vuelto “global” y después de la caída del llamado “socialismo real”, se presenta como el único sistema posible. Y la clase obrera que antaño gozara de una enorme fuerza política y organizativa se ha replegado, sus principales organizaciones se han debilitado y ha sufrido un retroceso político e ideológico considerable. Parece que con el cambio de milenio se ha entrado en una época diferente, en la que triunfa un capitalismo salvaje más parecido al del siglo XIX, que al que se correspondería con los avances de la humanidad.
La economía política liberal fue derrotada en los años treinta por el keynesianismo, refugiándose en sus cuarteles de invierno, con lo que nunca desapareció del todo y siguió siendo el fundamento de la economía convencional, Con la irrupción de la fase recesiva de los años setenta, esta teoría adaptada a los nuevos tiempos, renació de sus cenizas, dándole un cuerpo teórico al neoliberalismo que domina hoy el mundo. Pero para imponer tal política era necesario realizar una ofensiva ideológica de envergadura. La ofensiva neoliberal se desarrolla en múltiples frentes y comporta diversas consecuencias sobre la organización del capitalismo global, el ataque a los derechos laborales y a las instituciones del estado de bienestar, los cambios en la clase trabajadora e, incluso, en la actitud del movimiento sindical.
La globalización económica viene marcada por el enorme papel de las multinacionales, que son la expresión actual de la tendencia a la internacionalización del ciclo productivo del capital. Pero, sobre todo, la globalización es un proyecto político y un arma ideológica de gran eficacia. Proyecto político que trata de construir una organización económica internacional en la que la libre circulación de mercancía y de capitales no encuentre el menor obstáculo y en la que los gobiernos se vean incapacitados de aplicar políticas sociales que vayan contra los intereses del capital o dificulten las leyes del mercado. Arma ideológica para imponer las condiciones de trabajo y de vida que el capital necesita para ser rentable en toda circunstancia.
La globalización transforma las relaciones laborales: produce altas tasas de paro como resultado de la reducción de los ritmos de crecimiento y de los aumentos de la productividad; flexibiliza el empleo y el cambio en las relaciones laborales; rentabiliza al máximo la fuerza de trabajo y exige flexibilidad en la entrada al puesto de trabajo (empleo precario), en la salida (despido barato y fácil) y en la ejecución del trabajo (movilidad, polivalencia, etc.). También busca la reducción y la flexibilización de los salarios, disminuyendo el componente fijo y ampliando el variable. Necesita garantizar que los salarios seguirán siendo bajos en el futuro mediante la precariedad y el endurecimiento legal de la negociación colectiva.
Otro eje de agresión es el asalto al estado del bienestar. Actuando sobre los principales componentes del estado del bienestar: el pleno empleo, la regulación laboral, la protección social y el aumento del peso del estado en la economía. Las razones para el asalto al estado del bienestar son recuperar de la tasa de beneficio, reducir la protección de los trabajadores para colocarlos en peor situación ante la explotación, suprimir los déficits públicos, reducir la inflación y devolver actividades rentables al sector privado.
Estas políticas se aplican a través de disposiciones legales o vía negociación con los sindicatos y patronales. Son las llamadas reformas laborales que se vienen pactando en los diferentes países europeos y que van en la dirección de flexibilizar-desregular, poniendo el acento en lo uno o en lo otro, según la relación de fuerzas. Lo cierto es que el resultado de estas políticas es el deterioro rápido de las condiciones laborales y de los derechos sociales. Y son las nuevas generaciones de trabajadores las que encuentran más dificultades para incorporarse a la actividad laboral, creciendo la miseria, la inseguridad y la marginación entre importantes sectores populares, en especial, inmigrantes y jóvenes. Mientras, los voceros del FMI tiene la desfachatez de vender públicamente ideas como que “una mayor inseguridad laboral es el precio que hay que pagar para mantener el modo de vida europeo” (El País, 20 de abril de 2006). Un cínico elogio de la incertidumbre, hecho también por altos directivos, banqueros y economistas que suelen tener fabulosos contratos blindados y planes de pensiones de ensueño.
Critica Romagnoli con dureza la teoría de lo que podríamos llamar la “tabula rasa” del neoliberalismo, en el sentido de que para ayudar a los parados hay que desproteger a los empleados. Y lo denomina “fruto envenenado de la maldad” y “cabriola dialéctica”, y acierta con la analogía cuando compara la promoción del empleo de los neoliberales con la promoción de la democracia por el imperialismo en los países árabes, véase Irak.
Pero detrás de todos estos elementos que definen la política neoliberal, seguramente se encuentra el embrión de un capitalismo de características muy diferente al que hemos conocido en la etapa de crisis y en los últimos treinta años. Un mundo dominada por las grandes corporaciones multinacionales que actúan en mercados cada vez más libres, funcionando con unas relaciones capital-trabajo menos reglamentadas y más determinadas por los mercados, en los que reina una desigualdad creciente, en los que es marginada una parte sustancial de la humanidad, ya sea la población de los países dependientes o una proporción importante de la de los del primer mundo, y en el que no cabe esperar otra cosa que un aumento considerable de la crisis ecológica global. Este podía ser el retrato del capitalismo global, pero también puede ser una especulación extrapolada de las peores características actuales. Porque al sistema todavía le quedan serios problemas por resolver y no puede esperar hacer un paseo triunfal sin encontrar resistencia. Aunque las sombras que se ciernen sobre el sistema se deben más a sus propias contradicciones y, entre ellas, está la hipertrofia financiera que le da gran inestabilidad o el precio del petróleo que no deja de crecer, que las derivadas de la presión de la clase trabajadora.
Ahora bien, ¿qué va a pasar en la economía en el futuro? Hay quien analiza que con las tremendas subidas del petróleo lleva plomo en las alas y que se puede desencadenar una crisis. No es fácil de predecir. Y es que, salvo para los historiadores, no existe una solución de continuidad entre el final de la fase recesiva de una onda larga y el inicio de la siguiente expansiva. Normalmente, conforme se desarrolla la fase recesiva se va entrando en un período indeterminado en el que van desapareciendo o transformándose características del pasado y generándose otras nuevas que ni siquiera sabemos si serán las que prevalezcan en el futuro, en qué grado serán determinantes del mundo que viene o si, a su vez, estas también se transformarán. Todo depende de lo que pase con la lucha de clases, comprendida no como un acto o una sucesión de actos, sino como un proceso en el que nada está escrito y es predecible porque, en la mayoría de las ocasiones, las fuerzas que lo determinan se producen a tal profundidad que no se pueden ver hasta que no salen a la luz. (J. Albarracín, 2000)

2. Sostiene Romagnoli la necesidad de repensar el futuro de la Unión Europea. Critica a Blair en varias ocasiones y constatando el resultado de los referéndunes de Francia y de Holanda, cita a Giuliano Amato y dice que “los “no” que han netamente ganado, no eran tanto contra la constitución” –que por otra parte es un monumento en papel de ecumenismo fabulatorio– “cuanto más bien contra la Europa que no crece, que se muestra poco democrática, que se ha ampliado de unos modos que suscitan una ansiedad directamente proporcional al escaso crecimiento y a la escasez de puestos de trabajo”.
Efectivamente. Entiendo que la gran contradicción entre el derecho del trabajo y el neoliberalismo se ha puesto de manifiesto con el proyecto de Tratado de Constitución Europea (TCE). En mi opinión, repensar el futuro de la UE implica defender en primer lugar el modelo social, desarrollar después alternativas que profundicen la democracia y acabar de enterrar definitivamente el malhadado proyecto de constitución, que distorsionaba totalmente el sueño de tantos europeos, algunos de gran coraje como su paisano Altiero Spinelli.
Y esto último, el entierro solemne entre tambores y trompetas, es importante, porque hay que decir que no era una auténtica Constitución, ya que no nacía de la soberanía de los pueblos, que es la fuente de los poderes democráticos, sino de instituciones indirectas hegemonizadas por los sectores conservadores. Las fuentes del derecho dicen que toda constitución es fruto de la relación entre las fuerzas sociales en pugna en un momento histórico determinado. La evolución de los derechos de ciudadanía tienen detrás procesos revolucionarios, desde la revolución inglesa del XVII, la americana y la francesa del siglo XVIII, las revoluciones burguesas europeas del XIX, incluida la propia Comuna de París y aunque se ventilaran con derrotas, expresaban un movimiento revolucionario en lucha. Es evidente que el TCE reflejaba la parálisis de la lucha social, el auge del neoliberalismo, la derrota ideológica de la izquierda y la insolvencia de las estructuras sindicales supranacionales. Por todo lo anterior, no tenía la autoridad política, legal y moral de las constituciones democráticas ni capacidad de limitar y regular los poderes políticos. Lo que hacía el texto era profundizar en la lógica neoliberal de los tratados anteriores.
Tampoco era la Constitución para la Europa Social. Desaparecía el derecho al trabajo y era sustituido por el derecho a buscar trabajo; de esta forma la condición de trabajadores y trabajadoras que durante dos siglos ha sido un elemento clave de la dignificación humana, dejaba de ser en el marco constitucional propuesto el factor esencial de integración ciudadana. Se insistía en el TCE en los contenidos de la Europa de Maastricht: reformas laborales, ataques a los servicios públicos, recorte de presupuestos sociales para imponer el déficit cero. Esta constitución se pretendió aprobar en un momento en que las pensiones, los sistemas de protección social, los servicios públicos y los recursos naturales están amenazados. En toda Europa se fomenta la deslocalización, la prolongación de la jornada laboral y su flexibilización, y los derechos de las personas en activo y paradas se ven en peligro.
La constitución fijaba con todo detalle las opciones políticas, económicas y sociales que nos afectarían en los próximos años y que van en el sentido de la dominación del mercado, la libertad de acción del capital y de las empresas transnacionales. El modelo de “economía de mercado altamente competitiva” y de “mercado abierto” significa de hecho, implantar un marco que confronta objetivamente a todos los trabajadores de la UE y, más allá, a los trabajadores del mundo entero. El capitalismo más neoliberal y la libre concurrencia se convierten en el pilar de la Unión Europea en lugar de los derechos sociales, el pleno empleo de calidad y con derechos reconocidos. Se limita así, intolerablemente, la voluntad soberana de los pueblos y el propio derecho del trabajo.
El texto de constitución no reconocía la existencia de servicios públicos, sino que los sustituye por unos llamados “servicios de interés general”, que pueden ser prestados por cualquier entidad o empresa privada. Se intenta, por medio de la conocida como “Directiva Bolkenstein”, y en aplicación de la filosofía de la constitución y del Acuerdo General del Comercio de Servicios de la OMC, la liberalización-privatización, de los Servicios Públicos, abriéndolos a la libre competencia, en base exclusivamente a su rentabilidad económica y sin valorar la rentabilidad social.
Aunque la Carta de Derechos Fundamentales haya sido integrada en la constitución, no crea derecho social europeo susceptible de compensar la degradación que impulsa la competencia, siendo ésta la única que se preserva y adquiere un carácter realmente comunitario. En general prevalece la legislación de cada país sin que se armonicen y regulen unos derechos laborales y sociales mínimos. No reconocía el derecho de huelga a escala europea y rechazaba la igualdad de derechos de quienes residen en Europa y no poseen la nacionalidad de un estado miembro.
La supresión de la posibilidad de decidir por mayoría cualificada medidas de cooperación administrativa y de lucha contra la evasión y el fraude fiscal hace imposible políticas conjuntas en este importante campo. Como en toda la política fiscal, cualquier decisión deberá tomarse por unanimidad. Ello convierte en prácticamente imposible desarrollar medidas de armonización fiscal que permitan luchar contra el movimiento especulativo del capital y la deslocalización industrial.
No era la Constitución de la Europa democrática. Suponía dar plenos poderes a instancias al margen de todo control democrático, como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, cuya única misión es mantener la estabilidad de precios y bloquear las políticas presupuestarias en detrimento de los servicios públicos, los ingresos sociales, y el empleo. A estos ámbitos les ceden soberanía tanto los gobiernos como los Parlamentos nacionales, sin que el Parlamento Europeo tenga control sobre ellas. De hecho, el Parlamento queda vacío de poder. Ni siquiera puede proponer leyes (la competencia legislativa plena es de la Comisión Europea). Era, por tanto, la negación de la democracia.
Tampoco era la Constitución para la paz. No supone el fortalecimiento de Europa, sino la sumisión a la OTAN y a la política exterior y militar de los EE.UU, así como el desarrollo del militarismo y el crecimiento del gasto militar en cada país miembro, detrayendo inevitablemente recursos de los que se deberían invertir en aumentar la convergencia económica y social entre los actuales 25 países de la UE.
En conclusión, suponían una constitucionalización del neoliberalismo. Y no reflejaba una relación de fuerzas favorables a las posiciones progresistas, por la debilidad social y por el complejo de la izquierda política. El énfasis neoliberal del texto y la imposibilidad de poner en marcha políticas sociales, bien al prohibirlas al ser deficitarias, bien al impedirlas al no financiarlas o al ponerle restricciones legales en nombre de la competencia o de la libertad de circulación, permite afirmar que el proyecto de Constitución Europea era un proyecto que evitaba la posibilidad de consolidar y avanzar en los Estados sociales, la más genuina aportación del constitucionalismo europeo de posguerra y garante de la paz social en el continente en los últimos cincuenta años. Se trataba más de un nuevo contrato social destituyente del contrato de posguerra que levantó los Estados sociales y democráticos de derecho, que serían sustituidos por el asistencialismo propio del siglo XIX (J.C.Monedero, 2005)
Cuando se dice no a una cosa, en realidad se está diciendo sí a algo diferente. Por ello, decir no al TCE era apuntar a un modelo de desarrollo europeo distinto y aunque las alternativas siempre son lo más difícil de construir, algunas líneas se pueden apuntar. Es necesario poner en pie un proyecto de construcción europea solidario, democrático y basado en el bienestar general. La Europa a la que aspiran los trabajadores y los pueblos del continente debe de tener la cohesión social y la participación democrática como condiciones imprescindibles. El modelo social debe de basarse en el bienestar general, la solidaridad, ser respetuoso con los equilibrios ecológicos y no ser un bastión contra el tercer mundo, ya que la UE debe de contribuir a crear un orden internacional más justo.

3. Pero, sobre todo, sostiene Romagnoli que la palabra sindicato está enferma y que es necesario su renacimiento. Tengo una clara coincidencia en el diagnóstico, no sé si con el análisis. En mi opinión, esta crisis en el sindicato tiene que ver con factores objetivos y subjetivos. Entre los primeros están los cambios en la clase, la profunda modificación de la organización del trabajo y la ofensiva ideológica neoliberal.
Los cambios en la clase obrera más evidentes provienen de los efectos del paro y la precariedad. Buena parte de los trabajadores se encuentran en una u otra situación. Divididos, además, entre parados y ocupados, entre fijos y precarios, a tiempo completo y a tiempo parcial. A todo lo anterior hay que añadir la bomba de muchos efectos de la inmigración masiva. Otro cambio es la reducción de peso de los trabajadores industriales y la terciarización del empleo. En conclusión, hay una nueva composición de la clase obrera: jóvenes, mujeres, inmigrantes, teletrabajo, nuevos servicios, etc. que suponen una pérdida de peso de los sectores tradicionales y que influye en la base afiliativa del sindicato, su programa y tipo de acción sindical. Todo se traduce en la pérdida de centralidad de la clase trabajadora y el debilitamiento de obrero-masa que fue el símbolo de las grandes luchas sindicales de hace un cuarto de siglo. En resumen, la clase trabajadora está muy segmentada y su cohesión interna y conciencia de clase se ha reducido gravemente. La generación de trabajadores que tuvo la experiencia política y sindical en la expansión y durante las grandes luchas de resistencia, se encuentra fuera del proceso productivo, ha sido jubilada o expulsada y sustituida por obreros jóvenes con menos derechos y menos experiencia de organización y lucha. Se pierde, así una tradición de clase que se había mantenido ininterrumpidamente desde hace muchas décadas.
Los cambios en la organización del trabajo se producen por la intensificación del trabajo por la vía de la introducción de técnicas intensivas en capital (informática, microelectrónica, etc.). La descentralización de la producción, el empleo flexible y la menor cualificación permite menos empleo fijo. Por último, también influye en la crisis la ofensiva ideológica del neoliberalismo, que va desde el fomento de la cultura del triunfo individual, en paralelo a la resignación social y al consumismo, a la animadversión contra los sindicatos y toda forma de conciencia social crítica.
Pero sistematicemos las razones de la crisis sindical. Desde mi punto de vista, los problemas que actualmente tiene el sindicato en países como España (y probablemente por extensión se puede hablar de sindicatos de países desarrollados) tienen características como las que describiré; a veces sólo algunas y en otras ocasiones casi todas juntas. Dentro de las transformaciones producidas en los sindicatos habría que resaltar la reducción en la práctica de la acción sindical a la defensa del núcleo central del mercado de trabajo, nuestros “wasp” laborales. Muchas veces, se aplica una estrategia errónea basada en la búsqueda de legitimación en los pactos y en la opinión pública en lugar de buscarla en la defensa de los intereses laborales. Son otros síntomas, el empacho de respetabilidad, la negociación por la negociación y al margen de los resultados, la pérdida de independencia como consecuencia de sus dependencias financieras externas, el riesgo de ir convirtiéndose en parte de los aparatos del Estado y parecer cada vez menos un organización de trabajadores. En resumen, hay una pérdida del carácter reivindicativo, la institucionalización y la respuesta autoritaria ante la pluralidad y la discrepancia, la reducción de la democracia interna, la burocratización y pérdida de militancia y de la ilusión sindical. Pero, sobre todo, se produce lo que podríamos denominar la interiorización de la derrota.
Y viene aquí a cuento la siguiente fábula: En un circo, un niño pregunta a su padre cómo es posible que el gran elefante esté amarrado a una simple estaca y con una pequeña cadena.”¿Por qué no tira con un poco de fuerza y se libera?”. El padre, con cierta amargura, contesta: “Cuando el elefante era muy pequeño le amarraron a la misma estaca, con la misma cadena y no sin antes darle algunos golpes para acobardarle. Acostumbrado a ser libre, y a pesar del castigo, intentó liberarse y tiró con todas sus fuerzas. Pero no tuvo éxito. Volvió a intentarlo y volvió a fracasar. Con mucho coraje, hizo otro esfuerzo, pero solo consiguió dañarse la pata. Desde entonces interiorizó la derrota y no ha vuelto a intentarlo”.
En medio de este naufragio, del retroceso ideológico, político y material de los trabajadores y de sus organizaciones, la pregunta a hacerse es ¿cómo hacer frente a esta situación? Habla Romagnoli de la exigencia de un sindicato distinto y, para ello, de cómo remotivarlo y volverle a dar empuje. Por una parte, hay que tener conciencia de que existen serios obstáculos para poner en práctica una política económica favorable a los trabajadores, debido fundamentalmente a la hegemonía de la ideología neoliberal (competitividad, etc.), al peso de la idea de que el mundo está globalizado y no se puede hacer nada y a las limitaciones que impone la Unión Europea para poner en práctica políticas económicas autónomas. Todo ello hace que las propuestas que cuestionan el sistema, e incluso aquellas que se formular para contribuir a solucionar los problema, hoy son menos creíbles. Por otro lado, habría que reformular las grandes opciones estratégicas del sindicato. En mi opinión pasarían por la lucha contra el neoliberalismo, la defensa firme de los derechos de los trabajadores, la recuperación del papel del Estado, una política fiscal progresista, etc. Es decir, por la lucha por objetivos de medio alcance, recuperando el papel de la movilización, una amplia política de alianzas y desarrollando la democracia y la participación de los trabajadores y las trabajadoras.
Habría que desarrollar una serie de propuestas fundamentales para proceder a una autentica regeneración del movimiento sindical para que esté en condiciones de cumplir con su papel. Se debe de partir del análisis de las experiencias pasadas, realizar una necesaria crítica al presente del sindicalismo y formular propuestas de futuro capaces de dar respuesta a los retos que la nueva situación impone. Por ello, interesa centrarse más en el análisis de nuestra propia experiencia histórica y vincularlo con las propuestas alternativas de cara al futuro. Las cinco ideas principales en las que debería de basarse un sindicalismo útil –en ese sentido que dice Romagnoli de reinventar el paraguas- y que tuviera gran capacidad de intervención en las relaciones laborales y perspectivas de futuro, serían:
a) La democracia sindical. Los trabajadores españoles ya tenemos una experiencia, de trascendencia histórica y de carácter ejemplar, en la reconstrucción del movimiento obrero tras la derrota de la guerra civil. Algo tan tremendo que suprimió sucesivas vanguardias con la muerte, la cárcel y el exilio, pudo irse superando. Este hecho es el que nos permite ser optimistas, a pesar de las dificultades actuales que atraviesa el movimiento sindical. Pues bien, uno de los rasgos que permitió esa reconstrucción del movimiento obrero fue el marcado carácter participativo que tuvo. Es decir, la fuerte componente democrática de todo el proceso. Y democracia fue: el carácter asambleario, la toma de decisiones colectiva, la pluralidad y el respeto a las minorías, las garantías internas frente a la arbitrariedad, los mecanismos de control para evitar la burocratización y la concentración de poder.
Hay que reforzar la cultura democrática siempre y, más aún, cuanto más altos son los niveles culturales de los jóvenes actuales, que no aceptarían consignas por una cuestión de autoridad jerárquica y que exigen participar y asumir su propio protagonismo en la toma de decisiones. Hay que respetar la pluralidad interna como algo enriquecedor. Esto es, más democracia Interna como elemento de revitalización y apuesta real por la independencia sindical, la participación a través de las asambleas y las consultas, el fortalecimiento de las estructuras sindicales de base y las direcciones plurales. Los sindicatos tienen que ser de todos y de todas.
b) El carácter reivindicativo. El sindicato o es reivindicativo o no es. Si deja de exigir y de luchar por mejoras para los trabajadores, se convierte automáticamente en una gestoría, en una academia de dar cursos o en una institución del Estado. Y a partir de ese momento empieza la enfermedad. Es buena la cita que hace el amigo Romagnoli de Luciano Lama sobre que el sindicato ha animado a los trabajadores a levantar los ojos del puesto de trabajo y dirigir la mirada más allá del perímetro de las fábricas. Frase que recuerda la misma idea expresada por el histórico fundador de CC.OO., Marcelino Camacho, cuando hablaba de tener los pies en el suelo y la vista en el horizonte, es decir; reivindicar en lo concreto sin renunciar a la transformación social.
Y hay mucho terreno para reivindicar. Temas claves como la política de empleo, la protección social, el reparto de la riqueza o la democracia industrial. Por ejemplo, defender una política económica progresista que sea generadora de empleo, socialmente avanzada y ecológicamente sostenible y que debería de basarse en el reparto de trabajo y la reducción de la jornada laboral (ley de 35 horas, jubilación a los 60 años, prohibición de las horas extras); la supresión de toda forma de prestamismo laboral; la lucha contra la precariedad (recuperando la causalidad de los contratos, que aumente las garantías frente al despido y las reestructuraciones, regulando las contratas y subcontratas) y las políticas activas de empleo; una política Industrial alternativa y el fortalecimiento del sector público. Una política salarial a la ofensiva y una mayor progresividad fiscal. La defensa de la sanidad pública y de la calidad de la enseñanza. La mejora de las pensiones, de la protección a los parados y el salario social. La lucha contra el deterioro medioambiental. Por último, hay un gran reto que el sindicato tiene que plantearse: organizar, afiliar e incorporar a la participación sindical a los inmigrantes, el nuevo y más explotado proletariado. Queda un inmenso trabajo en este campo para evitar que se siga generando exclusión social y ciudadana, violaciones de derechos, mucho sufrimiento y una fractura social que legitima la desigualdad en función del origen.
c) La independencia Hay que defender un modelo sindical basado en la autonomía respecto a gobiernos, patronales y partidos políticos. En una sociedad tan compleja como la actual, los mayores problemas para la autonomía se derivan de los intentos de institucionalizar los sindicatos e integrarlos en el sistema como una pieza acrítica y dócil. Los mecanismos que el poder utiliza son múltiples, unas veces sutiles, otras más burdos, pero siempre con cierta eficacia. Por ejemplo, no parece razonable el mantenimiento de una política de buena vecindad con los gobierno de turno, al margen de su ideología política, suscribiendo acuerdos que muchas veces dejan bastante que desear desde la óptica de los derechos laborales y sociales. Las medidas a adoptar pasarían por una toma de decisiones democrática, unas finanzas más equilibradas y transparentes, y una política de relaciones sin complejos ni dogmatismo con otras fuerzas políticas y sociales.
d) La unidad sindical y una amplia política de alianzas. Es necesario sumar fuerzas, tanto en el plano sindical como en el general, frente a las políticas neoliberales. A nivel sindical con otros sindicatos, partiendo del principio de que unidos se gana o se pierde menos y divididos se pierde casi siempre. A nivel general deben de buscarse las coincidencias entre las organizaciones progresistas que se plantean proyectos de cambio y de transformación de la sociedad, y han de darse en un plano de respeto y de igualdad entre las diferentes fuerzas y de humildad por parte del sindicato. Podrían articularse en instancias amplias y unitarias como foros sociales o plataformas cívicas, donde esté claramente objetivado el papel de cada uno. El sindicato debe de comprometerse con los valores de izquierda y de progreso.
e) La dimensión internacional del sindicalismo. En un mundo globalizado es imprescindible dotar de dimensión internacional del sindicalismo como herramienta para defender los derechos laborales. Se convierte en un objetivo la coordinación de las estrategias sindicales para hacer frente a los nuevos problemas económicos, productivos y sociales que aparecen. Los planos de actuación deben de ser el mundial y el europeo. Hay que abordar cuestiones relativas a cómo hacer frente a la “economía de casino” capitalista, a las políticas del FMI, al problema de la deuda exterior del Tercer Mundo, o a la exigencia de cláusulas contra el dumping social, la lucha por los derechos sindicales y sociales en todo el mundo y la solidaridad con los sindicatos y trabajadores oprimidos por dictaduras, guerras o conflictos de todo tipo. Hacer frente a las agresiones sobre los derechos sociales y colocar al movimiento sindical a la ofensiva, obliga a plantearse la movilización en el ámbito europeo como una pieza clave de una estrategia fuerte para pesar en Europa en temas como el modelo social europeo, la coordinación de la negociación colectiva europea, la acción sindical a través de los Comités de Empresa Europeos, el lanzamiento de iniciativas de movilización por objetivos comunes y generales (reducción de jornada, legislación social mínima, armonización de las condiciones laborales y salariales, etc.), la unificación de la estrategia sindical ante la UNICE, etc. Para el desarrollo de una política sindical a la ofensiva, que permita que los trabajadores sean un contrapoder real frente al neoliberalismo de la construcción europea, es preciso el fortalecimiento de la CES como auténtico sindicato europeo.
Por último, hay que comentar otra afirmación del artículo. Habla Romagnoli de sindicato de trabajadores y de sindicato de ciudadanos. Correcto. El sindicato además de su naturaleza de organización que defiende los derechos laborales y sociales, debe de tener una perspectiva de carácter sociopolítico y un horizonte de transformación social, como forma de defender a los trabajadores en cuanto ciudadanos. Pero, cuidado, la apuesta por un sindicato de ciudadanos puede convertirse en una fuga adelante, si el sindicato no hace los deberes que son consustanciales a su naturaleza más originaria: su carácter reivindicativo y su práctica de acción sindical en los centros de trabajo, que es donde se legitima como organización de trabajadores. Y este también puede ser uno de los factores de la crisis sindical: la enajenación de su rol más elemental por asumir funciones que si rompen la toma de tierra (la gente, el centro de trabajo y las necesidades reales), les hace flotar en un éter sin sustancia, Y, entonces, claro que la palabra pierde su significado y su propia identidad, como afirma Romagnoli. En conclusión, se trata de abordar la regeneración del sindicato como tarea de futuro, para que supere la fiebre y se produzca el necesario renacimiento. Los ejes de actuación son múltiples. Para empezar, hay algunas cosas muy claras como la necesidad de formular alternativas y la de contar con mecanismos de regulación del mercado (existencia de leyes, normas y sanciones) para que éste no sea la ley de la selva y haya un control de los trabajadores y de los sindicatos. Pero actualmente no están funcionando estos mecanismos: el neoliberalismo prefiere un derecho del trabajo liviano y unos sindicatos en crisis o integrados acríticamente en el sistema. Para impedir un mayor deterioro e intentar invertir la situación, es necesario, en primer lugar, tratar de crear conciencia y denunciar la situación. Por ejemplo, no es asumible soportar el déficit laboral existente en España (alto paro, precariedad y siniestralidad laboral, bajos salarios y prestaciones sociales...). El paro y la precariedad siguen siendo las mayores preocupaciones de los ciudadanos, según múltiples sondeos de opinión. Porque estamos hablando de que en España hay del orden de unos ocho millones de personas en la inseguridad laboral (más de dos millones de parados, cinco millones de precarios, más los falsos autónomos, economía sumergida, inmigración...). Y un trabajo precario es una vida precaria.
Las reformas laborales no han servido para crear empleo ni para mejorar su calidad. No han cumplido los objetivos declarados de todo pacto social. Lo que influye en la creación de empleo es el crecimiento de la economía y el mayor margen de maniobra de una economía medianamente desarrollada como la española. Las reformas pactadas han debilitado al movimiento obrero y su credibilidad ante los trabajadores. Asusta analizar la rotación que hay en la afiliación anual a los sindicatos, la falta de militancia, el alejamiento de los jóvenes, el descrédito por algunas actuaciones Se ha ido produciendo un desmontaje de los mínimos de derecho necesario porque el esquema: negociación-acuerdo a la baja-negociación a la baja no ha funcionado. Ha sido el dos pasos atrás, y otros dos atrás, y otros dos... Los trabajadores se han situado cada vez en trincheras más atrasadas. Y hace falta salir de esta trampa, aceptando que se está en un callejón sin salida y que se impone un cambio de estrategia sindical que logre mantener su vigencia en el tiempo a partir de los cambios que se producen en la realidad.
Hay capacidad (y necesidad) de formular alternativas y propuestas progresistas y acumular fuerzas. Propuestas, como las citadas más arriba, son perfectamente viables, pero necesitan ser popularizadas, asumidas y defendidas por los trabajadores y amplios sectores sociales. La cuestión fundamental es la mejora de la relación de fuerzas. Para ello es preciso rearmar ideológicamente a la izquierda y a los trabajadores y reducir la gran confusión existente, desde la crítica al capitalismo y a las políticas neoliberales, hasta la recuperación de la política en su sentido más noble: el pensamiento y la acción política con un afán emancipatorio.
La movilización y la profundización de la democracia son mecanismos imprescindibles para poner en pié el enorme movimiento que hace falta para enfrentarse con el capitalismo global. Es necesario cambiar la estrategia y la situación interna en los sindicatos, su punto de vista También en la izquierda política. Hasta ahora ha predominado la actitud sindical defensiva y la iniciativa ha sido de la patronal y de los gobiernos. También habría que desarrollar una política de alianzas con los movimientos sociales antiglobalización y recuperar la movilización como una herramienta para el avance social. En este sentido ha sido ejemplar la experiencia de lucha y de unidad entre sindicatos y jóvenes estudiantes que se ha vivido en Francia en contra del Contrato de Primer Empleo. De ahí que los rabiosos comentarios en los medios de comunicación españoles (con titulares como Francia menguante, Waterloo 2006...) ante la victoria del movimiento social francés sobre el CPE, demuestran que los neoliberales han acusado el golpe y no les gustaría que se extendiera el ejemplo.
Por ello, hay que coincidir con Vidal-Beneyto (2006) cuando dice: ”Poner fin a la precariedad laboral y a la dramática indigencia de las clases inferiores, parados y working poors no es cometido que pueda encomendarse hoy a los partidos y a los gobiernos encastillados todos –derecha e izquierda- en la vulgata económica del conservadurismo liberal. El rechazo por parte de los movimientos sociales de la denostada Francia de las reformas-coartadas que confirman el sistema y su apuesta por la transformación radical de nuestras sociedades que ellos protagonizan es nuestra única esperanza”.
En la misma línea, Pierre Bordieu (2002) arremete contra la política de despolitización (y de desmovilización), si se cree en el fatalismo de las leyes económicas y se las otorga un dominio total al liberarles de todo control con el objetivo de obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos. Frente a la despolitización y desmovilización, Bordieu, reivindica la restauración de la política, la renovación del sindicalismo y la construcción de un movimiento social europeo que debería de reunirse en sus Estados Generales.
Se impone, pues, la regeneración como tarea de futuro. No hay que olvidar que la situación de desmovilización de los trabajadores y el avance de las políticas neoliberales, suponen obstáculos para el giro a la izquierda que necesita el sindicalismo y la política en Europa. No obstante, a pesar de las dificultades reales, la necesidad de una política sindical firme, combativa y democrática se puede acabar abriendo camino. Pero será necesario superar las posibles pérdidas de credibilidad que se hayan podido producir en el sindicalismo en la última década.
Mucho más complicado será construir un modelo sindical que nos permita estar a la altura de las circunstancias en el siglo que ha empezado. Hará falta mantener unos sólidos principios y no moverse de ellos aunque, metafóricamente, nos disparen. Pero también, como dice Romagnoli, hace falta algo tan sencillo y tan difícil a la vez como el de tener la humildad de redescubrir lo elemental: la utilidad del sindicato como en los comienzos, para quienes están obligados a enfrentarse a la fuerza del capital. Estando así las cosas, la tarea de fortalecer el sindicalismo de clase requiere un esfuerzo de titanes. En ella, deberían de participar la mayoría de los militantes sindicales, empezando por los que están y tienen más conciencia política de la situación, recuperando a los que se han ido y, sobre todo, incorporando a los sectores más jóvenes del mundo del trabajo. Son tiempos difíciles. No son tiempos para que la clase obrera vaya al paraíso. Pero son como todos los tiempos, pues no es la primera vez que los trabajadores ven empeorar sus condiciones de vida al tiempo que retrocede su nivel de conciencia y de organización. Nos espera un largo camino, ahora bien, cualquier largo viaje se puede recorrer siempre que haya movimientos y grupos de compañeros y compañeras que quiera emprenderlo y tengan la firme determinación de luchar por no ser ni precarios ni sumisos y, sobre todo, que no hagan como el elefante de la fábula. La única manera de superar la enfermedad es no interiorizar la derrota.

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