2006/06/15

ENRIC OLTRA I QUEROL: Romagnoli, un hombre de gran formato

Me dice un amigo: es necesario que hagas un artículo conmemorando el aniversario de Umberto Romagnoli, a partir del contenido de un excelente y polémico trabajo de reciente publicación, "Renacimiento de una palabra". La orden de una autoridad no se discute, máxime cuando el asunto tiene unas características de gran actualidad, necesidad y oportunidad. Las dudas me vienen dado mi alejamiento personal de las problemáticas iuslaboralistas y de la conurbación sindical. Pero, tal vez, pueda ser útil una palabra externa y amiga. Intentaré, pues, mantener el interés de la comunidad más directamente afectada dando unas vueltas por los alrededores del territorio implicado. Creo que es un ejercicio intelectual y físico recomendable.
A los pocos días del encargo, la oportunidad, necesidad y actualidad estallaron con el fuerte movimiento social en Francia contra las “facilidades” que el gobierno de derechas galo quiere dar a los jóvenes que buscan su primer contrato de trabajo. Hoy está clara la evolución inmediata del conflicto, pero no lo que pasará en los próximos meses. El momento de confrontación se ha saldado (¡qué mala palabra!) con una victoria (?) de no se sabe bien quién sobre el Ejecutivo o, al menos, sobre una parte de él. Tanto el mantenimiento de la propuesta como su modificación o retirada están todavía en los márgenes de maniobra políticos y económicos del gobierno francés. Pero el conflicto y el movimiento iniciados son una manifestación más que seria de lo que nos estamos jugando.
Como muestra de respeto hay que citar al homenajeado, Umberto Romagnoli del que saco el siguiente texto del artículo de referencia anteriormente citado: “Como podía, el sindicato ha hecho lo que debía. Les ha animado a levantar los ojos del puesto de trabajo –como dijo una vez un prestigioso líder de la CGIL, Luciano Lama– y a dirigir la mirada más allá del perímetro de las fábricas para cambiar el ambiente que lo rodea. Les ha acostumbrado a no pedir más con la cabeza baja y la gorra en la mano. Les ha dado la confianza en sí mismos que es precisa para modificar mediante la lucha el equilibrio en las relaciones de poder entre las clases para obtener una redistribución más igualitaria de la riqueza producida.” Se trata de un emotivo, breve y brillante resumen de los más de cien años de historia sindical europea y, a la vez, una panorámica de los problemas actuales, no sólamente del sindicalismo sino de la regulación laboral y del marco del pacto social. Nada más y nada menos que la base de la sociedad europea occidental.
Quiero ser breve. Por lo tanto, vayamos al grano: la cita se refiere a los trabajadores (primera nota de atención), como colectivo (segunda nota), en el contexto concreto de una fábrica (tercera), con la gorra en la mano (cuarta) y en el marco de una lucha política sobre el equilibrio del poder social (quinta). Es una realidad bien distinta del mundo a la del trabajo actual en la Europa Occidental. La gorra se ha transformado en corbata, bata blanca, microscopio electrónico, ordenador portátil u otros elementos diferenciadores. Los trabajadores han dejado de ser un colectivo con una única definición (la oposición capital/trabajo tan clara y aprehensible en aquellos entonces), trabajadores por cuenta propia, empleados públicos, contratados indefinidamente o vinculados a los mil mecanismos de los contratos basura, etc. No se trata de unas definiciones sociológicas, en esta lista que podría ser inacabable, sino meramente descriptivas del complejo rompecabezas del mundo del trabajo actual. Como si un nuevo Linneo estableciera una nueva clasificación zoológica o botánica: una diversificación que ha generado la pérdida de capacidad definitoria del término “trabajador”. Coincido aquí con lo que un elegante Umberto Romagnoli dice sobre la palabra sindicato: trabajador y sindicato son lo mismo a efectos del siglo XX.
La confianza es el resultado de la lucha sindical y social (otro futuro mejor es posible) se está convirtiendo ahora en una vida laboral voluble y poco garantizada. La lucha laboral es una compleja batalla de posiciones, donde las alianzas cambian frecuentemente y el final no se espera. Ya ha quedado la huella en la mente la certeza de la permanencia en un terreno resbaladizo y sin tregua. El enfrentamiento político por el equilibrio social está ya lejos del campo de batalla.
No entraré, porque es evidente, en la crisis del pacto laboral regulador, de las leyes y los jueces, el ejército de abogados y expertos, de todo el aparato político, tanto el normativo como el humano que le rodea. No hace falta. Sólo hay una coincidencia (y de fondo) entre la descripción del siglo Veinte y lo que estamos observando ahora: en la fábrica de los años cuarenta y cincuenta se luchaba para mejorar la condición de los trabajadores, de todos, pero no por un nuevo modelo social. Ahora es lo mismo. En todo caso, en la fábrica fordista había un elemento “de espíritu”: la proximidad ideológica y física del mal llamado socialismo real. Ahora no: no son posibles ni el engaño ni el ilusionismo.
¿Son dos mundos distintos o diferentes circunstancias de un mundo que, en lo esencial, sigue siendo el mismo? En este debate, donde Romagnoli nos ofrece los dos aspectos, hay cosas nuevas, impensables hasta ahora, cosas que requieren nuevas formas de acción sindical y política. Pero también permanece un contenido de conflicto radical en unas circunstancias de gran dureza y retroceso de la base sociológica clásica que consiguió el pacto social y la regulación laboral.
La discusión sería fructífera si consiguiéramos saber sobre qué estamos debatiendo; por eso, nos falta entender el entorno de los cambios económicos, sociales en el ordenamiento internacional. Sólo si nos situáramos ahí podríamos huir de una sensación de acorralamiento y del síndrome de la fatalidad absoluta. Creo que debemos situar en el principio de todo un por qué e ir inmediatamente a la economía.
Las fronteras nacionales están desapareciendo del mundo de los intercambios económicos. No somos ya una nación sino un sólo mundo --por lo menos en lo referente al intercambio monetario-- de bienes y servicios. Las tecnologías de la información y el bajo coste del transporte han aumentado la eficacia productiva a escala mundial, se han llevado por delante las barreras jurídicas y han hecho saltar la banca social. Todas las características que definían un ámbito económico –trabado bajo una dirección política y social, estados, zonas comerciales, etcétera-- se encuentran bajo la presión de alternativas que desde el punto de vista del coste económico, puramente contable, son más eficientes; o, mejor dicho, generan unos márgenes de beneficio privado a corto plazo mucho más elevados. Esta brutal competencia está basada en la falta de regulación laboral, ambiental, social y política presente en la mayoría de terceros países (ni eurocéntricos, ni sometidos al hundimiento como lo están los africanos) y en la facilidad del desplazamiento del capital monetario y de equipamiento, de la información y la flexibilidad de la organización mercantil y productiva. Atención: se destruye el edificio del pacto europeo utilizando zonas donde no hay normas urbanísticas o de construcción o donde la permisividad es más alta o más comprable que en Europa. La contradicción radica en que el territorio del pacto social es necesario como base de despegue y zona comercial de aterrizaje para las nuevas edificaciones empresariales. La capacidad de consumo no puede bajar, por lo menos mientras nuevos territorios no entren en masa en los mercados.
El ordenador se diseña en Europa, se fabrica en Vietnam y se compra en Europa. Pero hasta eso está empezando a cambiar, de ello ya se encargan tanto China como la India. ¿Es posible pensar que la Europa que conocemos no sea necesaria como punto de salida o llegada? La dinámica es infernal: hoy se marchan las empresas a Polonia; mañana se van de Polonia rumbo a China; y pasado mañana al Perú o, quizás, a Mozambique. ¿Está alguien seguro? Los efectos en Europa son enormes y lentos. No hablaré de los USA, porque no es lo mismo: allí, como no hay modelo social, no hay problema.
Las nuevas generaciones europeas están advirtiendo que su vida es mucho más voluble que la de sus mayores y el trabajo está lejos de garantizar un trayecto vital, que era lo normal hasta ahora. La ruptura afecta al sistema de solidaridad institucional y psicológica: volvemos a estar solos, tanto individualmente como en grupo. En paralelo, la garantía secular de la familia ya no se puede utilizar.
El esfuerzo personal no obtiene resultados: los licenciados acaban haciendo de camareros. Y con un contrato de pruebas. Es obvio que un licenciado en Física debe aprender a servir una mesa, por eso lo ponen a prueba.
En fin, ¿cómo no va a verse afectado el sindicato y el iuslaboralismo? Umberto Romagnoli apunta a la necesidad de moverse, adaptarse y, a poder ser, rápidamente, con la finalidad de que el movimiento social --el sindicato, los trabajadores, etcétera-- no se diluya y acabe enfrentándose mutuamente: tú tienes un empleo fijo, eres un privilegiado, eso impide que yo tenga un trabajo a tiempo parcial. Romagnoli no está en un error: moverse es siempre una buena estrategia cuando se está en una zona desconocida. Pero ¿es suficiente? ¿Cuál es el panorama después de la batalla? Una Europa desregulada ¿qué tipo de sociedad es? No es la americana que es un producto de cuatro siglos de diseño. No es la sociedad china, que ha surgido del más allá. Los europeos, constructores de la catedral del pacto social y de una sociedad solidaria y protectora (dentro de los límites que permite cada circunstancia), ¿pueden adaptarse y vivir en un territorio Blade Runner? Me es difícil afirmarlo. Y si es así ¿no habría que proponer –no sé si como reforma o revolución— un modelo más tolerable?
Umberto Romagnoli propone cambios en la organización sindical, sistemas de apertura a los colectivos que son víctimas de la desregulación. Creo que tiene razón, pero ¿cuál es el objetivo? ¿Las frases con que describe la historia sindical europea se podrán mantener aunque la descripción no hable de gorras en las manos o de fábricas? Como en todo fenómenos socio-político no existe una única solución; pueden haber vías, probablemente diversas, algunas de ellas contradictorias. La propuesta romagnoliana apunta una: la recuperación de la representatividad sindical y de la norma del trabajo. Las formas, como gran dificultad, están por ver.
Apunto una línea complementaria que ya existe aunque de manera silenciosa. Lo mismo que se hizo en Europa debería reproducirse a escala mundial: la norma ambiental, la norma laboral, la norma democrática. No se trata, como podrían pensar los únicos intelectuales orgánicos realmente existentes, de edificar nuevas fronteras técnicas, o de una penalización fiscal, o de las acreditaciones de “buena conducta empresarial”, etc. Me refiero a un sistema de redistribución internacional, basado en el incentivo de desarrollar los sistemas de protección para acceder a los mercados internacionales. No se trata sólo de un mecanismo de antidumping social o ecológico sino de un auténtico fondo social. ¿Acaso no surgió de ahí el sindicalismo europeo? Por otro lado, la tensión se interiorizará más y las grietas del edificio social acabarán derrocándolo. Estamos hablando de una acción internacional, como corresponde al estado de la economía globalizada. ¿Me explico?

3 comentarios:

Pepe Luis López Bulla dijo...

Enric Oltra es un economista que, en esta ocasión, aborda temas referidos al iuslaboralismo. Buena noticia, sin duda. En cierta ocasión Pietro Ichino, un jurista italiano, publicó un artículo en el periódico de la OIT donde reclamaba un diálogo entre los economistas y los iuslaboralistas. ¿No es ésta una ocasión para relanzar la propuesta de Ichino? El motivo poodría ser un debate sobre "eficiencia y derechos": un tema que, por lo general, se aborda con excesiva retórica y poca chicha. Animo, pues.

Pepe Luis López Bulla dijo...

Este "Toga y Puñetas" tiene razón. 1) Enric Oltra es un economista (de prestigio, diría yo); 2) Pietro Ichino escribió ese artículo (según veo en Internet), pero el carácter de ese trabajo es el diálogo entre los economistas "neoclásicos" y los abogados laboralistas. Resulta que Oltra no es un "neoclásico", sino justamente lo contrario. Pero, en fín, sea ese diálogo entre iuslaboralistas y economistas de todas las variadas familias del florilegio del ramo. Ahora bien, ¿dejamos en la cuneta a los miembros de la cofradía sindical? Un poco de formalidad, "Togas".

Pepe Luis López Bulla dijo...

Respondo a Simón Muntaner: en parte la iniciativa la ha dado ya la Unión de Madrid de Comisiones con el libro que dicen van a poner en marcha sobre don Humberto Romañoli. ¿Por qué no recogen el guante que ha tirado Muntaner?